ALÉGRAME EL DÍA
Estos republicanos son perseguidos por el infortunio. Pero saben salir del atolladero. Hace cuatro años, en septiembre de 2008, los huracanes Gustav y Hanna convergieron peligrosamente sobre la Convención Republicana de St Paul. John McCain y Sarah Palin tuvieron que gestionarla bajo mínimos y en crisis. Reaccionaron audazmente, convirtiendo en noble causa lo que estaba previsto como un evento político. La solución funcionó, transformando la Convención en una kermesse heroica. Las encuestas les premiaron, aunque a la postre Lehman Brothers y el malvado Wall Street acabaron con el espejismo republicano.
Ahora, en Tampa, Isaac -la tormenta huracanada- ha jugueteado sobre la Convención, amputándole un día, cambiando el programa y llenando de ponchos (unos 10.000) y de paraguas (unos 20.000) el campo de batalla de Mitt Romney y Paul Ryan. Tampoco se han arrugado, y han convertido el evento político en una especie de magna reunión familiar.
Así, Ann Romney ha sido la entrañable madre de familia que ha conmovido a todas aquellas mujeres cuyo trabajo profesional es el hogar; Chris Christie, el enérgico invitado de fin de semana, llamado a trabajar por un segundo siglo americano; Condi Rice (adivina quién viene esta noche), la amiga afro de la familia que, con su discurso de académica y futura (?) candidata a la presidencia, ha alertado sobre ese mundo más peligroso y caótico al que nos lleva su colega de etnia; Paul Ryan, el apuesto hijo adoptivo universitario y una lumbrera en economía, que ha señalado audazmente el camino de la victoria; y Mitt Romney, el padre de familia llamado a librar al país del pérfido Obama. De esto último (pérfido), se ha encargado el demoledor documental de Dinesh DSouza, 2016, Obamas America, que ha llenado las salas de cine de Tampa y que adelanta la aventurada hipótesis de que el presidente ha heredado de su padre keniano una visión anticolonialista feroz, que amenaza con precipitar a Estados Unidos al socialismo y la miseria si es reelegido el 6 de noviembre.
Por lo demás, siempre en familia, Craig Romney (el hijo que sabe español), Jeb Bush (casado con una mexicana) y Marco Rubio (la esperanza cubana) se encargaron de los hispanos, que andan de morros con los republicanos. Con los valores familiares lidió el valiente Rick Santorum. Incluso Hollywood (territorio minado para los republicanos) estuvo presente con un Clint Eastwood dirigiéndose a un Obama invisible, y animándole a dejar la Casa Blanca: Go ahead, make my day (vamos, alégrame el día), le dijo, como hacía Harry el Sucio.
¿Y qué ha sido de los miles de delegados, en teoría los verdaderos protagonistas de las convenciones? Según Kissinger, éstos suelen vivir la existencia comprimida de las mariposas. Por un breve periodo son cortejados, presionados, adulados, interminablemente acosados. Al día siguiente de haber elegido, vuelven al olvido. Pero eso era antes cuando en ellas se elegía verdaderamente al candidato. Ahora -por lo menos en Tampa con Romney y en Charlotte con Obama- se limitan a ratificar al único candidato. Con la ventaja para Obama de que, en esta ocasión, no ha tenido que trabajárselo, mientras que Romney lleva dos años luchando por ello.
Su discurso de fin de fiesta ha sido un canto al cambio político, con la promesa de 12 millones de nuevos puestos de trabajo y de la mano de los temas familiares, siempre presentes en esta Convención. En su caso, el recuerdo de su padre, el gobernador de Michigan y candidato a la Casa Blanca; de su madre, empeñada en ganar en 1970 un escaño en el Senado; e incluso de su religión. Su objetivo era demostrar que el mormón millonario comparte los problemas y las inquietudes del hombre medio. Tal vez lo haya logrado. Esperemos a la Convención Demócrata de Charlotte para analizar, sin espejismos, las encuestas en alza ahora para Romney.
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